Intentando buscar algún enlace o artículo donde poder compartir el significado de nuestra fiesta de los "finados", finalmente, opté por este artículo, a mí me ha gustado no sólo por su forma sino también por su contenido.
En las últimas semanas he publicado distintos artículos en los medios de comunicación hablando de los vivos y su andadura por la política canaria. Sin obviar esta realidad, que pesa sobre nosotros como una enorme losa, hoy me apetece escribir sobre los muertos, y no precisamente de los que nos dejan algunos día a día, sino de la celebración ancestral de Los Finados, una tradición arraigada desde siglos en nuestro pueblo y que está siendo desplazada, irremisiblemente y con la colaboración de los padres, maestros y gobiernos por una fiesta de mascaritas, de importación, denominada Halloween. Recuerdo de niño vivir con mis padres y más tarde con mis amigos este día como una auténtica fiesta. Dulces, refrescos, castañas, garrapiñadas, crocantes, nueces, eran los elementos gastronómicos que degustábamos y compartíamos, al tiempo que íbamos al cementerio a llevar flores. Hoy todavía en sitios como Agüimes o San Mateo se vive intensamente esta celebración el primero de noviembre de cada año, Día de Todos los Santos y víspera del Día de los Difuntos. En la mayoría de los países latinoamericanos la evocación de Los Finados se hace desde hace siglos desde una especial simbiosis entre las culturas aborígenes y las tradiciones cristianas importadas por los conquistadores. En México, Ecuador, Colombia y en tantos otros países de Sudamérica ese día se reza, se baila, se come y se bebe con especial fruición. “Vengo ante ustedes, señores,/ con mi puesiya modesta/ en este día en que los / muertos están de fiesta”, reza una copla popular en Cuscatlán. Aquí como allí, el día de los finados es un pretexto para recordar a los muertos, para hablar con ellos, para invitarlos a participar de alguna manera con el mundo terrenal. Son manifestaciones de fe religiosa y de rituales anclados en el andar de los siglos y en el espíritu de nuestros pueblos. Pues bien, en los últimos años, tanto en estos países como aquí, en Canarias, fruto de la parte más negativa de la globalización que hace todo lo posible por crear un pensamiento único, y no sólo económico, al servicio de un imperio, un sistema y un idioma, este acervo cultural milenario está desapareciendo. Hoy podemos ver en los colegios, en las calles, en discotecas, en fiestas de pueblos o comunidades de vecinos, cómo, sin saber por qué y a qué responde, cada vez un mayor número de personas celebra el dichoso Halloween. Probablemente muy pocos sepan que el Halloween es una costumbre celta que fue popularizada en EEUU por los irlandeses en la segunda mitad del siglo XIX y que no empezó a celebrarse de forma masiva hasta 1921 cuando se realizó el primer desfile de Halloween en Minnesota y que ahora nos vamos imponiendo aquí cada vez a un ritmo más vertiginoso, siguiendo las pautas de la televisión, el cine americano y el acoso a la diversidad. Es lo mismo que está sucediendo con el Papá Noel y los Reyes Magos. Con la excusa de que “los niños tienen así más tiempo para jugar”, muchas familias han trasmutado al día 24 de diciembre la celebración de la Navidad en torno a la rechoncha figura de un Papá Noel, prefabricado, que tiene sus orígenes en el norte de Europa donde era conocido como Santa Claus, Sinterklaas o Pére Noel, un obispo turco al que se representaba como un hombre delgado y muy alto hasta que en el siglo XVII unos emigrantes holandeses lo llevaron a EEUU. Allí lo engordaron, y le añadieron un trineo, renos y la bolsa de juguetes, en el siglo XIX. Pero lo más grave de todo, y lo que nos convierte en auténticas marionetas del mercado capitalista, es que en 1931 la Coca Cola encargó al diseñador Haddon Sundblon que dibujara un Papá Noel para esta marca, de ahí los colores rojo y blanco. A partir de esa fecha todos celebramos, cada vez más, a una botellita de Coca Cola, a la que vamos metiendo poco a poco en todos nuestros hogares desplazando a otra tradición de siglos: los Reyes Magos. Hoy Melchor, Gaspar y Baltasar sobreviven a duras penas frente a esta invasión de elementos de otras culturas que ahogan y hacen desaparecer nuestra memoria histórica. Por cierto, les recuerdo que cada 5 de enero se celebra en Agüimes un extraordinario Auto de Reyes, organizado por la Asociación La Salle, donde cientos de actores y miles de personas participan, viven y se emocionan con los Magos de Oriente. Me da rabia y siento una enorme impotencia ante esta colonización cultural que va matando nuestras tradiciones y nos invade, poco a poco, con modos de vida que nada tienen que ver con nuestra historia y nuestra identidad. Con el bagaje de este pueblo. Sucede con la manera de comer, con los deportes que seguimos y practicamos, con el cine que vemos y la literatura que leemos y con el idioma al que todos estamos avocados a aprender a hablar. Como dice Manuel Vicent, “a la hora de firmar un contrato internacional y de acceder a las últimas conquistas del cerebro humano, la lengua de Cervantes no sirve para nada. Hay que saber inglés. En este sentido conviene inculcar a nuestros escolares una idea básica: el castellano sirve para soñar, para rezar, para escribir bellas historias, para rememorar grandes hazañas del pasado, pero no interviene en absoluto en la economía mundial ni en el pensamiento científico. Su zona de máxima influencia está en los sótanos del Imperio, donde se friegan los platos y se cargan los paquetes”. Ser un pueblo abierto a otras culturas; ser una plataforma de encuentro de pueblos en el Atlántico nos obliga a enriquecer nuestro patrimonio, nunca a destruirlo o malvenderlo. Según: ANTONIO MORALES MENDEZ Alcalde de Agüimes
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